lunes, 31 de agosto de 2009

El cerro que resistiò el olvido.


“Es que nos habían olvidado, pero por eso hay que creer en Dios el único que se acordó de nosotros, pero el sector mejoró mucho gracias a las obras del Metro, ahora estamos muy contentos”.


Mil quinientos pesos es el costo del viaje a uno de los cerros más cercanos al cielo de Medellín. Un vagón volador de diez pasajeros permite divisar el largo paisaje de calles, casas y lotes que en conjunto asemejan un pesebre moderno cuyas fachadas cuentan tantas historias como años.

El recorrido ascendente que comienza en medio de algunos rayos de sol, permite divisar los diferentes tipos de techos, que unidos todos parecen una inmensa escalera de colores y tamaños en las que provoca caminar y saltar.

Las personas, que más bien parecen puntos que se mueven de un lado a otro, de vez en cuando observan los vagones que llevan a los espectadores viajantes, los mismos que disfrutan desde el punto de vista occidental.

El sentido de los cables que conducen la elevada caja metálica cambia su curso justo donde acaba el cerro, luego del sector de Vallejuelos, donde las cuerdas de metal descienden considerablemente por el valle, dejando ver otro paisaje que se mezcla con el pequeño vértigo que produce mirar hacia abajo.

Los 12 kilómetros y 84 metros de recorrido culminan en La Aurora, la estación final de la Línea Jdel Metro de Medellín. Allí puede contemplarse la inmensidad del panorama de montañas y edificios que comienzan a ser iluminados por el sol que sale lentamente.


“Para nosotros el Metrocable ya es una cosa muy normal, pero al principio sí le causaba a uno mucha impresión, ver que le pasaba a uno por encima pero eso ha cambiado los barrios del sector gracias a Dios”. Comenta Paola habitante del sector.


La ropa extendida de los tendederos que está secándose al sol y al viento, sirve de sombra a los perros que permanecen echados en los asfaltos de las entradas de las casas, cuyas puertas permanecen abiertas dejando ver el paso del tiempo por las paredes y las baldosas.


“Es que definitivamente sí le cambió la cara. El barrio ahora es muy seguro, por ejemplo, con el colegio los niños ya tienen donde estudiar en un ambiente sano, es una bendición de Dios”.


Para Don León, un hombre de biblia en mano, su cabeza llena de canas que refleja todo lo que le ha tocado vivir para poder sostener a su familia, y una sonrisa alentadora que demuestra que la esperanza sí existe, dueño de una revueltería del sector de Vallejuelos, y en medio de cajas de tomates, cebollas, manzanas, mangos de doscientos pesos, biblias, afiches judeocristianos y una grabadora de doble casete, admira cada día desde su choza cómo esos terrenos que anteriormente estaban abandonados y desiertos, son ahora colegios para jóvenes y niños del barrio y edificaciones urbanistas que comienzan a darle una buena cara al sector y han sacado el barrio del anonimato.

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